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Los personajes me hablaban en el lenguaje chejoviano de su ‘mundo de ayer’

“TODO SE HA COMPLICADO TAN DE REPENTE…”

 

Supe de la existencia de ‘After Play’ (Después del ensayo), porque me hablaron del punto de partida de este intenso y voraz a la vez que ingenuo, íntimo y labrado texto. La escritura de Friel me atrapó inmediatamente, haciendo de mí un comensal invisible en aquella mesa solitaria de un pequeño café moscovita: habité al instante aquel rincón, la velada invernal en la que se encuentran Sonya y Andrey.  Aquellos personajes me hablaban en el lenguaje chejoviano de su ‘mundo de ayer’, hasta conducirme al presente incierto del Moscú de los años veinte: la Revolución de Octubre había invadido de repente sus vidas de forma incomprensible para ellos; tan incomprensible que se habían convertido en refugiados permanentes en la nostalgia de su pequeño mundo. Y es que, quizá, como para el pueblo ruso, aquella revolución llegaba demasiado tarde; como tantas otras experiencias personales que el inexorable paso del tiempo torna inalcanzables.

La República de Irlanda ha dado al mundo de la escena nombres capitales como Bernard Shaw, Óscar Wilde, John M. Synge, William B. Yeats, Sean O´Casey o Samuel Beckett. De esta pléyade, mencionados aquí solamente algunos nombres más significativos, forma parte sustancial Brian Friel. Su espléndida escritura, afable, sencilla y cotidiana, revela la complejidad de las relaciones humanas, como también lo hiciera su mentor -el último de los grandes clásicos, Anton Chejov-, mediante la apenas perceptible universalización de sus conflictos e inundando como muda catarata la geografía emocional del espectador, a través de una precisa y certera combinación de palabras cosidas a silencios amparados en la penumbra de los fracasos, en la cercanía que, impotente, trata  de vencer a la distancia.

En este mar interior, proceloso e inclemente hemos tratado de navegar.

 

Roberto Quintana.

AFTERPLAY
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